Le cantaba al paisaje, al alba y al ocaso.
Le cantaba a las nubes que ajenas paseaban.
Le cantaba al contraste: A la luz y a la sombra.
Le cantaba a nadie.
Le cantaba a nadie cuando nadie me cantaba.
Le cantaba en voz alta cuando mi voz no bajaba.
Cantaba en el ocaso, en el alba y en el paisaje:
Cantaba cuando desaparecíamos:
Cuando los minutos pasaban y las vueltas volvían:
Cuando las mesas giraban.
Ahora canto en sus ojos, en sus mejillas, en sus labios.
Ahora canto en su frescura, en su manantial.
Le canto al jardín de rosas que me acarician.
Canto y sigo cantando.
Sólo le canto a las letras de un nombre incrustado en mi canción:
Le canto a un nombre bello que se parece a la eternidad y al paraíso.
Sólo le canto al nombre que me canta y encanta.