miércoles, 27 de abril de 2011

Redentor





El blasfemo y la infamia
te han dejado protegiendo lo irreal,
mientras merodea la mentira,
y te deja sin verdad,
pobre redentor.

Y siempre crees en lo mismo:
Lágrimas no cargadas,
ni soltadas por los ojos cobardes,
y ni siquiera tu llanto
logra conmover a la bestia.

Redentor, pobre redentor,
el tiempo ha sido perpetrado,
y el vino ha dejado ya su melaza en agonía,
con manos que se juraban suaves,
pero son hojas filosas,
como cuchillos.

Los cuerpos sin novedad
son requeridos,
¿y aún así buscas excusas?

Sabes que no te oirán,
pues harán oídos sordos
a la justicia,
y te alimentará con serpientes
porque conoces bien
cuando la opción de vida
es nula.













La compasión es un castigo injusto, porque lo bello es transparente, inocuo, y no sabe de vileza.






Exequias




En perecer no hay engaño,
y mucho menos
si dios no existe
si no hay creyentes
-ni magia-
que lo sostengan,
porque la magia se desgasta
con cada intento.

El engaño está en la censura,
cuando lo profano se revive al filo del olvido
de aquella voz preciosa
del alma de seda roñosa,
porque la muerte no es ciega,
es certera,
y hay un abismo de gritos
llenando todo de misterios vacíos.

En perecer no hay engaño,
el engaño está en renacer
bajo el enredo en espinas
de ciertas estrellas,
porque dios no tiene exequias,
ni hay elegías dedicadas,
y su existencia es como un incendio
que lo devora todo,
-incluso el tiempo-
y asesina lo bello,
como siempre.













Entre palabras van los pasos de un ser errante cuando es llamado a ser poeta.