Deja de hablarme
con tu voz
de dios marchito,
envejecido,
porque no hay nada en el reloj:
Ni la muerte más simple
contenida en la memoria.
Deja de hablarme
en racconto
de tu dolor de antaño,
porque no hay nada en la copa:
Ni la sangre más ajena
engullida por un río,
como cuando tus labios coronados
bebieron
toda la vida.
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